Mi madre murió días después del comienzo de las conversaciones de paz con la guerrilla de las FARC. Antes de morir, me dijo que había perdonado y que no quería que nadie más viviera su experiencia. Había sido secuestrada durante casi dos años en un rincón de la selva. Mi hermano y yo nunca habíamos hablado de ello antes. Incluso habíamos olvidado el diario que se le había permitido escribir y que llevaba consigo, en el que registraba los peores 603 días de su vida. La lectura del diario nos empuja a un precipicio. Localizamos lugares, desciframos nombres y comenzamos un viaje por selvas y montañas siguiendo el rastro de su dolor, pero también buscando a los guerrilleros que la custodiaban y que ocupan gran parte de ese diario, donde descubrimos que desarrollaron una estrecha relación con ella, casi una especie de madre/hijo. Tal vez esos guerrilleros están ahora desmovilizados, así que nos dispusimos a encontrarlos. Seguir la estela de mamá es seguir el camino del perdón. Nos preguntamos si al final de este viaje también seremos capaces de perdonar.